Tu cafë, tu cuaderno, tu momento

Tu cafë, tu cuaderno, tu momento

A veces la mente no se detiene ni siquiera cuando el cuerpo lo hace. Estás sentado, parece que no haces nada… pero dentro hay una maraña de ideas, tareas sin cerrar, emociones que no terminan de asentarse. Un ruido interno que no siempre sabes cómo bajar.

En medio de ese caos silencioso, hay algo que puede ayudarte a recuperar el centro: preparar un café, abrir un cuaderno y escribir. No para producir nada. No para que lo lea nadie. Solo para despejar el camino y escucharte un poco más claro.

Escribir mientras tomas un cafë no es un hábito de productividad. Es un acto de cuidado. Un espacio en el que bajas la velocidad y te das permiso para ordenar lo que llevas dentro. Tu taza en una mano, el bolígrafo en la otra. Y tú, simplemente ahí. Presente.

¿Por qué el cafë y la escritura personal se entienden tan bien?

Hay quien lo llama journaling, otros simplemente escribir un diario. Más allá del nombre, es el gesto lo que importa: sentarte con un cuaderno para ordenar lo que llevas dentro, sin expectativas ni juicios.

El ritual como frontera

Este hábito —conocido como journaling o escritura personal— no exige nada más que tu presencia.

Cuando preparas un cafë a conciencia, sin prisa, estás marcando un antes y un después. Es como una señal interna que te dice: ahora empieza otra cosa. Pasas del hacer al estar. El aroma, el sonido del agua, la espera… todo prepara el terreno.

Escribir tras ese gesto tiene sentido. No entras en seco. No vienes del ruido. Has creado una transición. Y eso se nota.

Una mente despierta, no acelerada

La cafeína en dosis suaves puede ayudarte a estar más enfocado sin agitarte. Ese estado de atención tranquila es ideal para escribir desde la claridad. No hace falta que tengas una gran revelación. Basta con dejar salir lo que está dentro.

A veces no sabes lo que piensas hasta que lo escribes.

El entorno importa

Una taza caliente entre las manos. El aroma envolvente. La luz suave. Un cuaderno en blanco que no exige nada.

Ese pequeño escenario, que puedes montar donde estés, se convierte en refugio. En ese entorno, escribir ya no es una tarea. Es una pausa que te pertenece.

¿Cómo empezar si te intimida la página en blanco?

No necesitas escribir bonito, ni tener cosas interesantes que decir. Aquí no hay correcciones, ni juicios, ni metas que cumplir. Solo estás tú, con lo que haya. Y para empezar, estas tres ideas pueden ayudarte:

1. El vaciado mental

Pon un temporizador de cinco minutos y escribe sin parar todo lo que te venga a la cabeza. Sin filtro, sin orden, sin preocuparte por repetir o por tener sentido.

Es como abrir una ventana para que entre aire fresco. No se trata de encontrar respuestas. Se trata de soltar peso.

2. Tres preguntas amables

A veces una buena pregunta abre más que muchas frases. Aquí van tres:

  • ¿Cómo me siento, de verdad, ahora mismo?

  • ¿Qué pequeño gesto o detalle me ha alegrado el día?

  • ¿Qué pensamiento me vendría bien soltar hoy?

No hace falta que contestes con profundidad. Basta con que seas honesto.

3. Observa tu taza

Sí, tu cafë. Mírala como si fuera la primera vez. Su color, su temperatura, su olor, su sabor. Escríbelo como si se lo contaras a alguien que nunca ha tomado uno.

Este pequeño ejercicio sensorial te ancla al presente, y te recuerda que escribir no tiene por qué empezar en la mente. A veces empieza en los sentidos.

No hace falta escribir bien, solo escribir

Es fácil caer en la idea de que el journaling sirve solo si lo haces todos los días, si sigues una técnica o si consigues algo concreto. Pero no va de eso.

Va de parar. De escucharte. De regalarte un momento sin expectativas.

El cuaderno puede quedarse cerrado después. Nadie va a leerlo. Puede que ni tú. Y sin embargo, esa pausa ya habrá hecho su trabajo. Te habrá ofrecido claridad, alivio o simplemente un espacio tuyo en medio del ruido.

El cafë es la excusa. El acompañante. La forma de hacer ese momento más amable.

Para terminar

Hay días en los que parece que todo va demasiado rápido. En los que ni siquiera sabes qué sientes porque no tienes tiempo de pensarlo. Pero en medio de esa inercia, puedes decidir parar.

No necesitas mucho: una taza, un cuaderno, cinco minutos contigo.

Escribir mientras tomas tu cafë no es un hábito más que añadir a la lista. Es una forma de volver a ti. De darte un respiro. De recordar que el tiempo también se puede cuidar desde dentro.

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