Píldoras kofiteras

A veces sentimos que cambiar de opinión es rendirse. Como si decir “ya no pienso igual” fuera una señal de debilidad, de no tener las ideas claras, de ir dando tumbos. La sociedad premia la coherencia, la firmeza, el mantenerse fiel a lo que uno dijo, incluso aunque ya no tenga sentido.

Lo simple no siempre es fácil. Descubre por qué lo esencial exige más atención que lo complicado, y cómo un café sin adornos puede enseñarte a estar presente.

A veces un olor basta para trasladarte años atrás. Una canción te devuelve a un momento concreto. O una frase, escuchada por casualidad, despierta un recuerdo que no sabías que seguía ahí. La memoria funciona así: no como un archivo ordenado al que accedes voluntariamente, sino como una red viva, frágil, fragmentaria.

A veces, lo primero que te preguntan al llegar a una casa es: ¿café o té? Como si no hubiera más opciones. Como si esa simple elección definiera por completo quién eres. Y aunque parezca una tontería, esa forma de preguntar encierra una trampa muy común en nuestro día a día: la falacia de la falsa dicotomía.

Vivimos rodeados de estímulos. Pantallas, mensajes, alertas, voces, imágenes. Todo compite por un segundo de tu atención. Pero tu mente no lo capta todo. Ni siquiera lo intenta. Tu atención es selectiva por naturaleza, y lo que eliges mirar, escuchar o pensar, termina configurando la realidad que experimentas.

Imagina entrar en una tienda buscando algo tan simple como un té para la tarde. Frente a ti: hileras interminables de cajas, sabores, mezclas, orígenes. Lees etiquetas, comparas ingredientes, dudas. Cinco minutos después, sigues sin saber cuál llevar. Lo que parecía un momento de calma se convierte en ruido mental. Y no solo pasa con el té.