Antes de convertirse en la bebida que acompaña nuestras mañanas, el café formó parte de rituales espirituales, actos de hospitalidad sagrada y prácticas místicas. Desde monasterios hasta desiertos, su aroma no solo despertaba los sentidos, también abría espacios de conexión, concentración y recogimiento. Hoy, al preparar una taza con calma, todavía resuenan algunos de esos gestos antiguos.
El cafë como planta sagrada
Durante siglos, el café no fue simplemente una bebida estimulante, sino una sustancia con cierto halo de misterio. Su efecto sobre el cuerpo —la lucidez, la energía sostenida— llevó a distintas culturas a considerarlo algo más que una planta. En algunos contextos, se le atribuían cualidades que abrían la conciencia, favorecían la introspección o preparaban el alma para lo espiritual.
En los monasterios sufíes: vigilia y oración
En el Yemen del siglo XV, ciertas comunidades sufíes comenzaron a preparar una bebida oscura a partir de granos tostados. La tomaban antes de las largas sesiones nocturnas de oración y canto devocional (dhikr), como una ayuda para mantenerse despiertos y atentos.
Pero no se trataba solo de “no dormirse”: el café se integraba en un contexto de recogimiento, silencio y atención plena. Su preparación era lenta, compartida, y a menudo acompañada de versos coránicos. El café no era el centro del ritual, pero sí su aliado silencioso.
Ceremonia etíope: hospitalidad, tiempo y comunidad
En Etiopía, lugar de origen del cafeto arábica, todavía hoy se celebra la ceremonia del café (buna), una práctica que trasciende lo cotidiano. Prepararlo lleva más de una hora: se tuestan los granos en directo, se muelen a mano, se infusionan lentamente en un jebena (una cafetera de barro) y se sirven en varias rondas.

El café se comparte con respeto, se quema incienso durante el proceso, y cada fase tiene un sentido: la primera taza despierta el cuerpo, la segunda la mente, y la tercera el espíritu. Todo ocurre sin prisas, en comunidad, como si el tiempo también se infundiera en el aroma.
Entre los monjes cristianos: concentración y controversia
Cuando el café llegó a Europa en el siglo XVI, algunos monasterios cristianos lo adoptaron como herramienta de concentración. Ayudaba a los monjes en sus labores de copia de manuscritos, estudio o meditación silenciosa.
Sin embargo, no todos lo veían con buenos ojos. Algunos sectores eclesiásticos llegaron a llamarlo “la bebida del diablo”, por su origen musulmán y sus efectos estimulantes. Finalmente, el papa Clemente VIII lo probó y, lejos de condenarlo, dijo: “Esta bebida del diablo es tan deliciosa que sería una pena dejarla solo a los infieles”. Y así se convirtió, con cierta ironía histórica, en una bebida también bendecida.

El cafë beduino: hospitalidad y reconciliación
En las culturas beduinas de Arabia, el café no es solo un gesto de cortesía: forma parte de un sistema social. Servir café a los invitados es una obligación sagrada, un símbolo de respeto y apertura.

Existen reglas precisas: la taza se ofrece con la mano derecha, se sirve en número impar, y el invitado la agita ligeramente para indicar que ha tenido suficiente. Pero más allá del protocolo, hay un sentido profundo: en los rituales de reconciliación entre clanes, el café actúa como puente simbólico. Negarse a aceptarlo puede interpretarse como una declaración de guerra.
Otros rituales con aroma a café
Además de los grandes contextos ya mencionados, el café ha estado presente en otros espacios de sentido:
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En ciudades como El Cairo o Damasco, los cafés del siglo XVII eran lugares de sabiduría y espiritualidad. Allí se reunían poetas, filósofos y místicos para debatir sobre el alma, la ética o la existencia, taza en mano.
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En Sudán, Eritrea y Somalia, existen variantes del ritual etíope donde las mujeres lideran la preparación y se quema incienso como parte de un ambiente casi ceremonial.
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En algunas tekke del Imperio Otomano, se tomaba café antes de practicar el zikr, un canto repetitivo que inducía estados de concentración profunda.
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En la medicina ancestral persa, se valoraba el café como tónico para el ánimo y la atención, usado incluso antes de la oración o el estudio espiritual.
Para terminar
Quizá hoy no se invoque lo divino antes de preparar una taza, ni se recite un verso sagrado al primer sorbo. Pero si prestas atención, hay algo que permanece. El gesto de moler, calentar el agua, verter lentamente, esperar… es ya una pausa. Una especie de ceremonia íntima.
En un mundo que avanza deprisa, recuperar ese momento de calma puede ser también un acto espiritual. No como los antiguos rituales, pero sí como un pequeño tributo al presente.