Hace unos años, ver un cartel que dijera “No tenemos wifi. Hablen entre ustedes” parecía una broma hipster. Hoy, es cada vez más común encontrar cafeterías que eligen deliberadamente prescindir del wifi. Y no por desinterés tecnológico o por falta de recursos, sino como una forma de reivindicar algo mucho más esencial: el valor de estar presente.

Frente al ritmo acelerado de lo digital, estos lugares apuestan por crear refugios donde el café sea algo más que combustible para el día. Una pausa sin interrupciones. Un respiro sin notificaciones.
Del coworking al desconectar: un cambio de ritmo
Durante años, muchas cafeterías abrazaron el modelo de "oficina gratuita": wifi rápido, enchufes disponibles y mesas convertidas en escritorios improvisados. El aroma a espresso mezclado con el sonido de teclados era parte del paisaje.
Pero algo se perdió por el camino. Las conversaciones bajaron el volumen, los silencios se llenaron de scrolls, y el café se volvió parte del mobiliario de fondo. Algunas cafeterías, en determinados momentos del día, empezaron a parecer más bien bibliotecas silenciosas que lugares de encuentro.
Hoy, algunos locales están optando por otro camino: menos productividad, más presencia. El objetivo ya no es atraer nómadas digitales, sino ofrecer un espacio donde puedas mirar por la ventana sin sentirte culpable.
Desconexión voluntaria: ¿una nueva forma de lujo?
En un mundo hiperconectado, no tener acceso inmediato a internet puede parecer una carencia. Pero hay quien lo vive como un privilegio. La desconexión voluntaria empieza a sentirse como una forma de lujo moderno: tiempo sin interrupciones, sin la ansiedad de responder, sin la necesidad de estar disponible.
Y en ese silencio redescubierto, el café cambia. Se vuelve más intenso, más redondo. Los matices que antes pasaban desapercibidos encuentran espacio para expresarse. Lo que era una bebida funcional se convierte en un pequeño ritual.
En 2014, en Vancouver, se instaló el efímero Faraday Café, un local que bloqueaba las señales de móvil sin usar tecnología ilegal. Lo hacía mediante una jaula de Faraday construida con malla metálica, que aislaba el interior de las ondas electromagnéticas. Durante dos semanas, fue un experimento social sobre lo que sucede cuando el wifi desaparece y solo queda la conversación.

La contracultura del "coffice": cuando el cafë recupera su alma
Esta tendencia no se limita a un par de cafés alternativos. Ciudades como Nueva York, Londres, París, Vancouver o Toronto han visto cómo algunos locales eliminan deliberadamente el wifi para devolver al café su función original: ser un lugar de encuentro, de conversación, de conexión humana.
Es una respuesta directa al fenómeno del "coffice", la cafetería convertida en oficina silenciosa, donde las pantallas dominan y el café es solo un soporte más para la jornada laboral. Frente a eso, estos espacios proponen un regreso a lo esencial: el diálogo, la pausa, el sentido de comunidad.
En muchos casos, esta decisión no solo mejora el ambiente, también el negocio. Algunos locales han reportado aumentos de ventas de hasta un 20% tras eliminar el wifi. Y aunque siempre hay quien protesta por no poder conectarse, cada vez son más los clientes que agradecen poder estar en un sitio donde no se sienten obligados a mirar una pantalla.
Se reivindica también el valor social del café: durante siglos, las cafeterías fueron espacios clave para el pensamiento, el arte, la política y la amistad. Recuperar esa dimensión no es nostalgia, es una apuesta por la salud mental y la calidad de nuestras interacciones.
El resultado es sencillo y poderoso: más vida. Sin wifi, vuelven las risas, las miradas, las ideas compartidas. Lo que de verdad da alma a un café.
Cafë, conversación y presencia: lo que queda cuando todo lo demás se apaga

El sociólogo urbano Ray Oldenburg fue uno de los primeros en destacar la importancia social de espacios como las cafeterías. En su libro The Great Good Place (1989), desarrolló el concepto de los "terceros lugares", distinguiendo entre tres tipos de espacios en la vida cotidiana:
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Primer lugar: el hogar.
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Segundo lugar: el trabajo.
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Tercer lugar: espacios informales donde las personas se reúnen, conversan y crean comunidad. Cafés, bares, librerías o plazas.
Según Oldenburg, estos lugares comparten varias cualidades esenciales:
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Acceso sencillo y sin pretensiones.
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Neutralidad: todos son bienvenidos.
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Conversación como centro.
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Frecuencia: suelen tener visitantes habituales.
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Ambiente relajado.
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Un sentido de pertenencia real.
Muchos cafés sin wifi encajan en esta definición. Al eliminar las distracciones, recuperan su esencia: ofrecer un espacio donde estar presente, compartir tiempo y dejar que las cosas pasen sin prisa ni propósito.
Un lugar para mirar, escuchar, pensar y conversar. Nada más. Y nada menos.
Para terminar
Quizás no se trate de elegir entre conectarte o no, sino de decidir cuándo y cómo hacerlo. Quizás el verdadero lujo esté en poder apagar el wifi por voluntad propia, sentarte con una taza humeante entre las manos y dejar que el tiempo pase, sin más.
Porque sí, tal vez el café sepa mejor cuando estás realmente ahí para sentirlo.